Toledo, Ciudad Imperial

Hace una semana tuve la suerte de poder darle una vuelta - literalmente - a Toledo. Una de esas escapadas cercanas a la ciudad capital donde a pocas horas poder sorprendernos con una cultura amurallada. La Ciudad Imperial deja a su lado el rĂ­o Tajo, rodeando a una colina de unos cien metros de altura sobre sus propias aguas. En ella, entre sus rincones, sus cuestas y su arquitectura se puede ver cada piedra como testigo propio de una tierra enriquecida por tres culturas.

Que me perdonen los toledanos si algunos de ellos me termina leyendo, pero en mi caso desde el más amplio desconocimiento turístico, decidí tan sólo visitar el casco histórico, intra y extramuros. Mis primeras sensaciones fueron positivas. Ciudad medieval pensé, cuestas, piedras y limpieza. Vista una, vistas todas. Y creo, sinceramente, que no ando localmente equivocado.


Mi primera parada fue en la Catedral de Santa María, sentado en uno de los bancos de su plaza, parándome a contemplarla. Escuchando atentamente esas locuciones que van narrando algunos guías turísticos, divirtiéndome con cada una de las diferencias entre unos y otros de los profesionales. En su fachada principal encontramos la Puerta del Perdón, cerrada. Ésta solamente se abre en tres ocasiones: cuando el nuevo arzobispo toma posesión, bajo la visita del Papá o por último de algún Jefe de Estado. Lo más curioso es que se cuenta que quien pase por debajo de su arco tendrá el perdón de todos los pecados, de ahí su nombre. Al parecer, nosotros, los de a pie, no somos meritorios de ese privilegio.
Lo mejor y con lo que más disfruté fue con la visita panorámica. Creo que Toledo es una ciudad para contemplar desde la perspectiva. Es sin duda esa distancia con lo más profundo de su ser lo que la convierte en Toledo, con su especial seña de identidad. Su Alcazar sobresale de sobremanera, albergando ese enclave militar que a lo largo de los siglos ha cambiado su fisonomía, siendo actualmente es la sede del Museo del Ejército.

Otra pausa obligatoria es el Puente de Alcántara, única vía de comunicación durante muchísimos siglos sobre el Tajo a su paso por Toledo. Imagínense la importancia de su estrategia militar para la defensa. Tuvo que ser digna de las mejores películas. Un examen, sin duda, para todos aquellos ingenieros de la seguridad.


Aquí es donde haría yo hincapié, donde recomendaría invertir el tiempo que pudiésemos y ser felices con las vistas que se nos ofrece desde el Mirador del Valle de Toledo, haciendo tramos de la marcada Rutas Don Quijote, inventiva seguramente por la comunidad autónoma para seguir exprimiendo las sombra de Cervantes en forma de subvenciones. Aquí es cuando uno apoya el codo en la barandilla y todo le da lo mismo. Aquí es cuando creo que Toledo da de sí todo lo que esperaba.

No dudaría en ningún momento en definirla como una ciudad de miradores. Rincones a diferentes alturas donde aminorar el vértigo y ver como hay momentos donde la naturaleza se mezcla con lo humano para regalarnos postales mágicas.

Afortunados todos aquellos que su momento tuvieron las miras suficientes - y el dinero - para tener terrenos a sus afueras, en sus empedradas colinas, las mismas que ahora son zonas hoteleras, retiro de las altas esferas, porque ellos sĂ­ que disfrutan a diario de una estampa que el mismo Greco no pudo contener.

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noviembre 15, 2012
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