AquĂ de nuevo en la estaciĂłn, como cada mes, con la veteranĂa de un jefe de pasillos y la juventud de alguien que buenamente podrĂa no haber comenzado ni a trabajar, achicando con cada pisada de andĂ©n aquel laberinto que en su dĂa fue. Acercando en cada trayecto lo ajeno y lejano a lo propio y cercano, negándome a la imposiciĂłn vital que lleva la naturaleza a que sus plantas terminen echando raĂces, y no es por la tierra, que va, es por lo que hace que la tierra sea esa tierra.
DespuĂ©s de tanto tiempo rodando de hoguera en hoguera buscando calor y ese olor a cenizas que implica no estar tan solo, he aprendido algo. Lo primero es que los fines de semana no se construyen acordes a un calendario, por mucho que podáis comprobarlo colgado en un almanaque. Esos fines de semana lo hacen aquellos con los que vives, esos fines de semana no son más que un tiempo bien reĂdo, bien compartido y es sĂłlo por Ă©so, por lo que en tu casa, con los tuyos, con lo tuyo... es donde un martes puede convertirse en un sábado. Es lo bueno de rodar y rodar, que puedes terminar aprendiendo de cada piedra que se te clave, porque se clavan, tires por donde tires.
SĂłlo deseo sobrevolar pronto esos raĂles cuando el ocio me lo ordene, el tiempo libre lo permita y la ilusiĂłn me acompañe, olvidándome del actual porquĂ© de mis idas y venidas, esa horrible necesidad que erosiona, sin dejar rastro fĂsico, más que el mayor rompeolas que se conozca.
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marzo 10, 2013
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