Siempre me gustaron esas pelĂculas americanas en las que una humilde y trabajadora familia de algĂşn condado republicano preparaba con mimo sus vacaciones. Unas vacaciones nacionales consistentes en conocer el desierto de Utah a bordo de su flamante auto-caravana con la Ăşnica compañĂa de cada uno de los miembros de su familia, una Smith & Wesson del 38 Special en la guantera y como no, de Dios. Ganándole kilĂłmetros a la supervivencia en un terreno totalmente hostil, con el aleteo de una patriĂłtica banderita colocada en el retrovisor exterior y el inherente peligro que supone hacer noche en mitad de una solitaria carretera. Bueno, pues si cambias la auto-caravana por un Hyundai i10 de alquiler, el 38 Special por cinco buenas piedras volcánicas y en vez de hacer noche en mitad de la nada terminas durmiendo en un mullido colchĂłn de un cinco estrellas, yo vivĂ exactamente lo mismo, asĂ que gracias Lanzarote.
La visita obligada es al Parque Nacional de Timanfaya. Olor a ceniza, calor, tierra de fuego. Volcanes. Donde la omnipresencia de lo inerte se baila un tango con el origen de la vida.
El turismo nacional se ha vendido - y se seguirá vendiendo - como la panacea palpable tan sĂłlo a dos vueltas de casa. De hecho, recuerdo a algĂşn que otro contertulio equiparando la ignorancia con la simple posibilidad de coger un aviĂłn y pisar tierra extranjera, como si nuestro suelo fuese sin más la Ăşnica cura posible a cualquier semana libre para desprendernos de la desidia de trabajar once meses para vivir uno. Aplaudo cada rincĂłn de España, un aplauso sincero, ya que me siento afortunado de vivir en un paĂs donde la suerte de su latitud y su diversidad orográfica me permiten disfrutar de los pastos más verdes, escalar los paisajes más bellos o bañarme en aguas exĂłticas. Y dicho esto, a pesar del autobĂşs alado de Ryanair que nos llevĂł a Lanzarote, aunque a algĂşn presidente de asociaciĂłn de hosteleros no le guste, siempre hay alguien que en lĂneas generales agradecerá hacer turismo fuera de España, nuestra cartera.
La visita obligada es al Parque Nacional de Timanfaya. Olor a ceniza, calor, tierra de fuego. Volcanes. Donde la omnipresencia de lo inerte se baila un tango con el origen de la vida.
El turismo nacional se ha vendido - y se seguirá vendiendo - como la panacea palpable tan sĂłlo a dos vueltas de casa. De hecho, recuerdo a algĂşn que otro contertulio equiparando la ignorancia con la simple posibilidad de coger un aviĂłn y pisar tierra extranjera, como si nuestro suelo fuese sin más la Ăşnica cura posible a cualquier semana libre para desprendernos de la desidia de trabajar once meses para vivir uno. Aplaudo cada rincĂłn de España, un aplauso sincero, ya que me siento afortunado de vivir en un paĂs donde la suerte de su latitud y su diversidad orográfica me permiten disfrutar de los pastos más verdes, escalar los paisajes más bellos o bañarme en aguas exĂłticas. Y dicho esto, a pesar del autobĂşs alado de Ryanair que nos llevĂł a Lanzarote, aunque a algĂşn presidente de asociaciĂłn de hosteleros no le guste, siempre hay alguien que en lĂneas generales agradecerá hacer turismo fuera de España, nuestra cartera.
Fuera aparte, Lanzarote esconde entre sus carreteras no asfaltadas autĂ©nticos rincones cuya relaciĂłn entre su difĂcil acceso y su belleza es directamente proporcional. La Playa de Papagayo es fiel reflejo de ello. Considerada una de las mejores costas del mundo, adornada por varias calitas intimas a cada una de ella con más piedras que la anterior. Fotográficamente perfecta, accesiblemente incomprendida.
Otras playas, como la de Famara hacen del baño el cómodo lujo de una alfombra de arena y unas aguas en las que no existen profundidades a las que tus ojos no lleguen.

Otra de las visitas recomendadas por los propios conejeros son Los Jameos del Agua. CĂ©sar Manrique, baluarte de la isla, pretende mostrar al visitante un espacio para la contemplaciĂłn de la naturaleza apenas intervenida por el hombre - a pesar de poseer tres cafeterĂas y una tienda de regalos - a travĂ©s de unos tĂşneles naturales producidos por erupciones volcánicas. El Centro de Arte, Cultura y Turismo que posee dentro de sus instalaciones desmerece por completo el resto de la isla. Pasillos desaprovechados donde cada uno tranquilamente puede pasarse la tarde pasando diapositivas mientras pulsa un tecla, a lo Power Point.
En resumen, la isla de Lanzarote es una visita totalmente recomendaba para cualquier tipo de turista, a no ser que seáis vulgares trolls de Ă©sos que sĂłlo quieren conocer los pubs que abren hasta las tantas en cualquier rincĂłn centroeuropeo para terminar durmiendo con doce desconocidos en un albergue juvenil a pesar de que rocĂ©is los treinta años y que vuestros padres a vuestras edades tuviesen ya dos hijos. Por lo demás, me despido con una panorámica desde el Mirador del RĂo, con vistas a la Isla de la Graciosa.
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FotografĂa
octubre 29, 2014
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